martes, diciembre 23, 2014

CREACIÓN DE LAS HORAS

Compartiendo con ustedes, mi vida

  


                              El alba se adelanta como puede y el barrio
                                                       la acepta, resignado.
                          ¿Cómo se hace esta luz?

                           Horacio Armani, Creación del día




Mientras ocurre la soledad
por la persiana
despuntan los sonidos
              su clarividencia
espejando el iris de las calles
abriendo los portones vencidos.

Y el pan cruje
en el ayuno del sueño eterno
y nos levanta hacia toda tarea
             -que de cualquier modo
                 marchitará lo creado-

Me acompañan-entonces-
los magos del tiempo
los decretos del hacer y el haber
y en mis arcas perdidas
                   sin mapas de tesoro posible
las cuestiones del deseo
                    relegadas al fondo de su propia espera
para otra mañana imposible.

Por acá tampoco
los gatos inmortales y extenuados
de los techos
saben nada de la luz.

¿Alguien sabe?
me he sentado por siempre
del mismo lado
de mi cama amanecida
y el alba llega
sin puntos cardinales posibles
a mis ojos doloridos
hinchados y sanguíneos
por la misma grieta
que llega el oxígeno
al  añorado descanso.

¡Que el tiempo me alcance!
Para las buenas intenciones del día.
                   Que alcancen los relojes
                   para los sueños pendientes
                                los controles médicos
                                -y citas afines con diferentes gurúes-
                                 las misas de bautismo
                              los saltos al abismo
                          los cuentos nieteriles
                      los exámenes
                   los espejos
               las agujas
            los impuestos
los mates con mis hijos...


Y en este vicio de ordenar el tiempo
en la primera hora
llena de aflicciones y supuestos
nada hay más firme
que mi cobardía
       el falso orgullo del optimista
y mis gritos castrenses
           ¡vaaaaamos, arriba!

Desprevenidos
los ojos  llegan a la tarde
liberados de tiempo
y aún queda
el enorme silencio de tus manos.

Sandra López Paz (del Libro Minutas en el bar Tristeza)

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