Compartiendo con ustedes, mi vida
Acostada
entre medio de mis pequeñas, desvelada por el hambre eterna de amor,
pero al tiempo sosegada y tranquila, me iba durmiendo, enredada en la
bruma de las cosas buenas, los recuerdos felices, el febril anhelo de la
mañana.
El
patio estaba solemnemente solo, al pie de la escalera que llevaba a la
terraza, se oscurecían las enredaderas, las planta anochecían, los pisos
dejaban su lumbre. Las huellas del día se iban desdibujando en reversa.
Todos, al viaje de la luna, a descansar.
Todo
el día había estado inquieta, con un latido extra, un sobresalto que me
llevaba casi inconscientemente al miedo. Hacía dos años que vivía en
Versailles, en la Bruselas 667. Tenía un hogar consolidado. Mis raíces
aún en Santiago, con una familia que solía alegrarme en vacaciones, con
llegada de sorpresa, cargados de regalos. Venían a la Capital, donde me
había radicado en el 87.
En el 91, justamente el 19 del 1, me sorprendieron
mamá, papá, mi hermanita, en una visita memorable. Vinieron con torta
porque era mi cumpleaños. Esos viajes eran un sol; durante el año estaba
tan llena de responsabilidades, de cuidados y lo hacía prácticamente
sola, porque mi esposo viajaba por el país para cumplir tarea de
auditoría bancaria. Otra que Kafka. El pobre se pasaba escribiéndome
cartas de amor entre las planillas financieras. Yo me había casado muy
joven, a los 18. En el 87, ya tenía 21 y tres hijas.
Venía con ese Enero del 91, que fue hermoso. Mi papá se esmeró en su rol de pa y de abu.
Se llamaba Dante, como el poeta, y era tal cual. Además de
verborrágico, temperamental y good loking. Una mañana me prometió que
al año vendría a la Capi, para estar con sus nietas, instalar su
empresa, y besar el obelisco todos los días. Al año, porque estaba
enganchado todavía con la historia de vida de su mamita, mi abuelita,
que se estaba apagando.
Dejó
bien claro sus frases célebres, su estudiado discurso sobre el ahorro, y
la importancia de la familia. Como nunca, bebió dos wines de más y se
dedicó a ser feliz durante dos meses, hasta que, lamentablemente para
nosotros, para mí especialmente, terminaron las vacaciones. Cada vez que
mi familia regresaba a santiago, me sentía abandonada, como huérfana,
y, a verdad, no me explico de qué forma me sostenía después.
El 16 del 05 de ese año estaba tan cansada. Todo el día había viajado
con fuentones de ropa a la terraza; había pulid el piso, los muebles,
dejé todo impecable. Acostada entre medio de mis pequeñas, y siempre
desvelada por el hambre eterna de amor, decidí revisar mi tesis
mientras las chicas, dormían después de haber destruido el orden de la
casa. Felices. Anárquicas.
A las 3 de la mañana del 17, me reventó la puerta mi hermano, que por
entonces noviaba con una comediante musical de La Recoleta.
Mi
padre había muerto a las 2. Se decidió un viaje a primera hora. Hablé
con mi esposo a La Plata. Partí con mi hermano a Santiago. Su novia, la
diva entrada en años, sabía de antemano, que se despediría de él para
siempre. Mi hermano Fernando era ahora el hombre de la casa.
Yo me aferré a mis tres hijas, me colgué del ala del avión, y en un
sigiloso llanto pasé del avión al velatorio de mi viejo. Una que otra
desubicada me dijo que estaba linda como siempre.
Con mucho miedo, me acerqué a mi padre. Le acomodé el rulo de la
frente, y le puse en el traje una cartita de despedida.
En
el patio, me tomé un café. Y comencé a viajar por ese mundo para el que
no estaba preparada. Me senté con mi veja a desarmar los sueños, a
opinar sobre su vestido negro, a confortar a mi hermanita.
El
duelo es un papel protagónico que nunca se elige. El viaje de la vida y
la muerte. La ida. Somos un viaje de ida. Nunca se vuelve.
Con
una ceja espiaba el tétrico designio de la vida. Con la otra, la ciudad
natal, el olor de la calle de tierra, el calor dulce, porque en Mayo,
en Santiago, el calor es tan importante como en Febrero. Me vino a la
mente Antonio Machado, y me lamenté por qué estaba el olmo derribado,
tan joven, tan entero, tan vivo en ese silencio. Y yo también esperé a
la luz y a la vida y le pedí otro milagro.
Mi corazón partido llenó de lírico llanto el momento. Pues, para
entender es dolor inexplicable, tuve que poner mis sentidos en algo que
entendiera. Me retiré a mi pieza de soltera, que hasta hoy tiene el olor
a cuadros de ángeles de la guardia. Y me dormí añorando el pueblo de
mi padre...al que le dediqué el poema:
Pueblo de mi padre
Una nota
espinosa y callada...
Un abismo infinito...
Tienes algo de mi sangre,
eternamente triste
que por la noche vuela,
espinosa y callada...
Hace treinta años te he visto,
erguido aún bajo el sol tirano.
Eres el padre de mi padre,
la raíz y el cielo de la cuna
donde adormecimos estrellas
y deshojamos pétalos
en la lágrima del bosque.
Te beso en la frente...
mi corazón te añora
en el tiempo de las flores
y los míticos olores de la infancia.
Fueron décadas ausentes
con olvido en la ceniza
con llanto en el suelo del destino
con suspiros ahogados...
Porque te extraño...
Todo el aire
ha quedado en tu bruma
pero la memoria te llora
de pie
con los huesos doloridos
en el vino añejo.
¿Dónde estás?
Pueblo de mi padre...
lluvia dorada de algarrobas
que despeinan la huella
al regreso de tu pan sagrado.
¿Dónde estás?
Mi voz ha caído
en el coro del viento...
¡Décadas de horfandad
cubren mi cuerpo
y no pueden mis ojos mirar el camino...!
Mi razón exhausta
no me explica la ausencia...
Es una canción ilógica esta pena.
Dormiré para encontrarte.
No tiene sentido el universo.
Solamente la esperanza
significa el alma.
Pueblo de mi padre...
tus brazos de molino
derrotan la intemperie
y curan mis raíces.
Pues mi padre era una hombre del poniente
y sus manos sembraron
semillas que regresan.
Luego
del entierro, apenas mirando a mi madre y mis dos hermanos acurrucados
en el dolor, tomé a mis hijas, me fui al aeropuerto y regresé a
Versailles, a retomar el viaje cotidiano.
Todavía
sonaban en el patio de la Bruselas 667 las palabras célebres de mi
viejo, y su carcajada estampada en la pared, todavía, creo, debe
retumbar en la casa antigua.
Fue
una época de suspiros hondos. Cuando mis hijas, hoy, después de 16 años
y muchos, muchos, muchos viajes consumados en todas las opciones y
dimensiones de la vida, me preguntan sobre si alguna vez fui muy feliz,
les digo que felicidad no es un acto espontáneo, ni un regalo de la
vida. Que tuve que buscarla debajo de las profundas llagas, de las
cicatrices y de los dolores. Y que con ello, no aludo a mí
especialmente, ni a mi condición de enferma, ni a mi ser testigo de .
Yo veo la felicidad como una gran
valija. La veo, de aquí para allá, deambular, ordenar el punto cardinal
de algún viaje, tomando el tren de nadie, de nunca, de ninguno.
La
felicidad vive. Ella es la gran pasajera, que nos busca también para
tener su derrotero. Cuando toda guerra ha pasado, el hambre ha sido
saciado, el bosque ha regresado.
Y vive por siempre en el recuerdo más que en la esperanza.
SANDRA LÓPEZ PAZ- del libro NICUENTOS SOLOS
año 2007